Si es cierto que la gravedad se refuerza entre masas
parecidas y penaliza las desigualdades, se puede suponer que la interacción
entre los planetas debería ser más intensa. Esto parece imposible teniendo en
cuenta la gran precisión demostrada al calcular el efecto de los planetas en la
rotación del perihelio de Mercurio, por ejemplo. Pero la contradicción solo es
aparente si se tiene en cuenta el orden de integración de masas…
Efectivamente, la masa del Sol es muy grande y Mercurio se
encuentra muy cerca, lo que significa que debe integrarse en primer lugar
porque su radio de superposición con el Sol será menor que entre Mercurio y
cualquier otro planeta. Por lo tanto, cualquier otro planeta no interacciona
directamente con Mercurio sino con el campo resultante del Sol y Mercurio, cuya
masa acumulada es muy grande. La acción de cada planeta afecta a la masa
acumulada (muy grande), se calcula como la gravedad de Newton por ser una
interacción entre masas muy diferentes, y se distribuye en consecuencia hacia
todas las masas ya integradas según la ley de Newton… ¡No hay contradicción!
Sin embargo, puede haber algún caso en el que dos planetas
en órbitas contiguas pasen muy cerca entre sí. En esa situación podrían
atraerse con mayor gravedad de la esperada, siempre y cuando su radio de
superposición llegue a ser menor que el correspondiente con la masa acumulada.
Tal situación es muy poco probable si tenemos en cuenta que las órbitas no son
completamente circulares y que los planos orbitales tienen una cierta
inclinación. Adicionalmente, los planetas en órbitas contiguas pueden tener masas
bastante diferentes y, aunque se diera el caso de quedar ligados temporalmente,
su interacción seguiría siendo parecida a la gravedad de Newton. Por ejemplo,
la masa de la Tierra es unas 10 veces mayor que la de Marte, la masa de Marte
es unas 8000 veces menor que la de Júpiter…
Por otra parte, la excentricidad de las órbitas parece
probar que los planetas todavía se interfieren esporádicamente, pues en otro
caso se deberían haber estabilizado por completo si aceptamos el efecto de
regulación que se ha explicado en la primera parte.
El nuevo modelo de gravedad justifica un efecto de
protección del Sol sobre los planetas. Si el Sol no estuviera, la influencia
mutua entre los planetas debería ser más intensa que la gravedad de Newton,
teniendo en cuenta que sus masas son mucho más parecidas entre sí que si las
comparamos con la masa del Sol. En esas condiciones, los planetas tendrían
mayor tendencia a chocar entre sí, concentrándose y formando una masa mayor.
Sin embargo, la presencia del Sol es lo que reduce la gravedad entre los
planetas hasta coincidir con la ley de Newton, contribuyendo a la estabilidad.
De la misma forma, las perturbaciones procedentes del
exterior del sistema solar afectarán al campo resultante del sistema solar
completo, ya que la superposición tendrá lugar con radios mayores que los
radios de superposición de los planetas con el Sol. En consecuencia, el efecto
sobre los planetas se reducirá hasta coincidir con la ley de Newton y el Sol
funcionaría como un amortiguador de perturbaciones gracias a su gran masa
comparada con los planetas.
Allí donde falte una gran masa central, la nueva gravedad
favorece su aparición porque puede llegar a ser hasta 4 veces mayor, pero
cuando aparece una gran masa se incrementará la estabilidad del sistema porque
se reduce la gravedad entre los satélites. Si la gravedad fuera como la
ecuación de Newton en todas las condiciones, independiente de las masas
afectadas y sin capacidad para organizar estructuras específicas, los sistemas
planetarios tendrían pocas oportunidades para existir.
¿Cómo deberían evolucionar las agrupaciones de masas, hacia
una estabilidad mayor? De momento se ha justificado que agrupaciones homogéneas
tendrán mayor tendencia a formar una gran masa central, y que una vez
conseguido aumentará significativamente la estabilidad porque disminuye la
gravedad entre masas orbitales, disminuyendo el riesgo de colisiones.
Aceptando que la gravedad se refuerza cuanto mayor sea la
homogeneidad de las masas, parece probable que los cuerpos crecen por
acumulación de masas semejantes y mucho menos por adición de pequeños
fragmentos. Pero también será lógico que las distancias vayan creciendo más
rápido cuanto mayor sea la jerarquía de las agrupaciones, reduciéndose la
frecuencia de los impactos y existiendo tiempo suficiente para la evolución de
los discos de acreción resultantes de los impactos.
Un disco de acreción comenzaría con masas bastante
homogéneas, muy numerosas y separadas por distancias pequeñas, lo suficiente
para iniciar agrupaciones que se integran comenzando en masas muy próximas y en
orden creciente de sus radios de superposición. Lo que parecería una sustancia
muy fluida se volvería grumosa y formaría cuerpos cada vez mayores y más
distantes entre sí.
Cuando las distancias fueran lo bastante grandes, los radios
de superposición más pequeños ya no tendrían lugar entre cuerpos cercanos, sino
que cada cuerpo tendría menor radio de superposición con la gran masa central.
Cuando eso ocurriera, la gravedad se reduciría hasta coincidir con la ecuación
de Newton, como ya se ha explicado, y la estabilidad aumentaría rápidamente
porque los cuerpos solo se encontrarían cerca entre sí de forma periódica,
teniendo en cuenta su fase (ángulo girado en su órbita), la excentricidad de
las órbitas, las inclinaciones de sus planos orbitales y los radios.
Si así fuera, se trataría de una evolución que disminuiría
la frecuencia de impactos de forma acelerada. Llegaría un momento en el que
habría tiempo suficiente para que surgiera la vida y la diversificación de las
especies. En teoría, las perturbaciones debidas a los acercamientos periódicos
no podrían quedar eliminadas por completo, sería demasiada casualidad, pero
dichas perturbaciones sí podrían ser compensadas lentamente como ya se ha
explicado, evolucionando hacia trayectorias circulares que, de vez en cuando,
volverían a ser perturbadas.
El siguiente desarrollo supone órbitas circulares y planos
orbitales coincidentes para las masas m1 y m2, deduciendo la condición
necesaria para que su gravedad siga cumpliendo la ley de Newton y, por lo
tanto, la perturbación sea mínima o de máxima estabilidad. Aunque las
condiciones que se acaban de indicar no
son reales, puede ser una aproximación para deducir qué planetas siguen
experimentando, periódicamente, perturbaciones más fuertes que las esperadas
por Newton.
Los acercamientos que no hagan peligrar la condición de
estabilidad anterior no deberían ser una causa de preocupación significativa,
siempre que se admita que existe una capacidad para estabilizar las órbitas,
reduciendo lentamente su excentricidad. No obstante, esto no descarta que
puedan existir acercamientos que, respondiendo como la ley de Newton, puedan
causar perturbaciones importantes. Por ejemplo, se sabe que la rotación del
perihelio de Mercurio es ligeramente más rápida que la de Júpiter, lo que
significa que en algún momento estarán lo más cerca posible y repetirán
cíclicamente dicho acercamiento durante un tiempo largo, hasta que sus
perihelios se vuelvan a distanciar. Como la masa de Júpiter es enorme, su
influencia periódica sobre Mercurio podría ser suficiente para inestabilizar su
órbita.
Teniendo en cuenta las masas de los planetas y sus
distancias medias al Sol se puede aplicar la condición de máxima estabilidad
entre planetas en órbitas adyacentes. Entre Mercurio y Venus no se cumple la
condición por una pequeña diferencia, lo que conduce a pensar que serán muy
poco probables las resonancias peligrosas entre los dos planetas. Por otra
parte, la probabilidad puede aumentar si se tiene en cuenta que la órbita de
Mercurio es la más excéntrica de todo el sistema solar. También habrá que tener
en cuenta la posible resonancia entre Mercurio y Júpiter ya que, aunque su
gravedad se ajuste siempre a la de Newton, Júpiter es un planeta enorme.
Entre Venus y la
Tierra tampoco se cumple la condición y en este caso agravado
por dos factores: Una diferencia significativa y masas bastante parecidas. Esto
significa que si llegaran a quedar alineados con el Sol y a la menor distancia
posible entre sí, los dos planetas se atraerían con gravedad bastante mayor de
la esperada por Newton y sus órbitas deberían experimentar mayor perturbación.
Si tuviéramos la oportunidad de observarlo y reconocer una anomalía, sería una
prueba a favor de la nueva gravedad que se ha planteado.
Entre la
Tierra y Marte tampoco se cumple la condición, aunque por un
margen más estrecho que en el caso anterior. Por otra parte, las masas son
bastante desiguales y la posible anomalía sería mucho menor. Según las
simulaciones por ordenador, parece ser que una de las resonancias que más
dificultan las predicciones se da precisamente entre la Tierra y Marte.
Curiosamente, la masa de la
Tierra es unas 10 veces mayor que la de Marte y la
excentricidad es unas 10 veces menor, lo que parece justificar que,
efectivamente, se afectan mutuamente de forma periódica y la relación entre sus
perturbaciones es inversa a la relación entre sus masas.
Entre Marte y Júpiter se cumple la condición de máxima
estabilidad, ampliamente, lo que significa que su interacción no tendrá nunca
sorpresas según la gravedad de Newton. Como parece lógico, siempre debería
quedar un cierto solapamiento residual entre dos planetas de órbitas
adyacentes, es decir, debería existir una cierta periodicidad de interacción
más intensa de la esperada por Newton. Puesto que dicho solapamiento no existe
entre Marte y Júpiter, debería significar que falta masa entre las dos órbitas
o bien que no falta pero está fragmentada. Efectivamente, ahí es donde se
encuentra el cinturón de asteroides y ahí es donde la nueva gravedad justifica
que debería estar.
Entre Júpiter y Saturno no se cumple la condición de máxima
estabilidad, pero solo por un estrecho margen, dando a entender que serán muy
poco probables perturbaciones significativas. Sucede lo mismo entre Saturno y
Urano. Por último, entre Urano y Neptuno sí existe un solapamiento
significativo, aunque la condición no aporta información sobre la frecuencia
con la que ocurrirá. En este último caso también deberían observarse anomalías
respecto de la ley de Newton, ya que las masas de Urano y Neptuno son bastante
parecidas.
Parece razonable que seguirá existiendo la amenaza del
cinturón de asteroides, pero las amenazas exteriores al sistema solar parecen
menos seguras para los planetas interiores. Suponiendo que un objeto se
acercara, su radio de superposición con el campo de todo el sistema solar
comenzaría siendo mayor que el de cualquier planeta… Inicialmente se vería más
atraído hacia el centro del sistema solar (hacia el Sol) pero, cuando su radio
de superposición fuera menor que el de Neptuno, tanto el Sol como Neptuno
serían los máximos atractores. Como los grandes planetas del sistema solar
están en las órbitas más exteriores, el cuerpo extraño se vería repetidamente
influido por dos fuerzas poderosas. El Sol y los grandes planetas parecen estar
colocados de forma estratégica para que objetos exteriores sean obligados a
desviarse de dos maneras posibles, o bien directos hacia el Sol, o bien con una
repetida tendencia hacia el exterior.
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