Mediante luz polarizada se fotografían las tensiones de
materiales que soportan esfuerzos, mediante luz infrarroja se hacen evidentes
las distribuciones de temperatura de los cuerpos. Es la materia la que
distribuye magnitudes como tensiones y calor, y dichas distribuciones son más
fáciles de tratar matemáticamente mediante la teoría de campos.
Algunos campos tienen realidad física tan palpable como
cilindros en contacto o la materia orgánica de un tucán. Al contrario, los
campos electromagnéticos no parecen tener otra realidad física que la del vacío
más absoluto, aunque parezcan evidentes por la orientación de partículas de
hierro o los pelos que se ponen de punta por efecto de electricidad estática.
Es incuestionable que hay tensión en todos los puntos de un sólido
sometido a un esfuerzo, que hay un medio de propagación de tensiones desde
cualquier punto del sólido sometido a presión. Podemos pensar que un potencial
gravitatorio es equivalente, que todos los puntos del espacio vacío tienen un
potencial aunque no exista en ellos ninguna masa que lo demuestre.
Según se cuenta, fue Laplace el primero que atribuyó al
potencial el rango de “sustancia” o “propiedad” que se expande por el espacio,
haciendo que éste adquiera unas determinadas propiedades. Desde entonces,
ninguna teoría de la gravedad ha prescindido de un potencial como punto de
partida.
Pero los campos que aquí se plantean no pueden ser el
espacio vacío. Existe un campo que se deforma en torno a cualquier masa o
partícula, o mejor dicho existe una masa o partícula allí donde hay un campo
que se proyecta de forma localizada. Por lo tanto, donde no hay materia localizada
tampoco puede haber campo localizado. Es verdad que no se puede demostrar, pero
también es cierto que no se puede demostrar lo contrario, ya que solo podemos
medir un potencial allí donde exista una masa o partícula que sirva de testigo,
pero al hacerlo no podemos saber si revela propiedades del espacio o si por el
contrario revela propiedades de su propio campo.
Si todo lo que vemos son proyecciones localizadas, las masas
que medimos son caudales, y los campos son corrientes que transportan “cambios”
desde la superposición con otros campos. Esos cambios transportados podrían
coincidir con la dinámica de Newton si añadimos el correspondiente retardo de
transporte, de forma que las proyecciones locales podrían entenderse como los
extremos de una cadena de arrastre, extremos con masa y con inercia, pero
ligados al resto de la materia por medio de su propio campo.
Otra forma de entenderlo sería considerando el campo
completo, lo que añade diferencias importantes en su dinámica porque tendríamos
que hablar de una masa acumulada por el campo, pero dicha masa sería variable,
ya que una parte de la misma tendría movimiento real en el espacio y otra parte
quedaría superpuesta con otros campos en el centro de masas, cuyo movimiento
sería inercial si consideramos aislado al sistema completo.
Por lo tanto, si consideramos el movimiento relativo al
centro de masas, es evidente que cualquiera de los campos ligados tendría masa
en movimiento y masa en reposo relativo. La masa en movimiento sería variable
dependiendo de la distancia del centro de masas a la proyección localizada, y
es evidente que su dinámica será muy diferente que la de masas constantes. Una diferencia
fundamental es equivalente a tratar con una cuarta dimensión que oculta y
almacena masa acumulada, como si algo apareciera de la nada y desapareciera de
igual forma, y otra diferencia fundamental podría ser que desaparece el retardo
de transporte, ya que la masa de los campos aparece y se oculta solamente por
el lado del centro de masas, sin existir transporte hacia y desde una posición
localizada.
Vayamos por partes y comencemos por el supuesto de masas
constantes, ligadas al resto del sistema por su propio campo como el
responsable de un transporte de la gravedad con velocidad finita. Con ello
asumimos que allí donde no hay una masa tampoco hay campo, pero eso es
irrelevante para poder aplicar o no aplicar la teoría de campos, pues ya
sabemos que hace falta una masa testigo pero no podemos distinguir si el campo
es el de la propia masa.
Los cambios de posición de una de las masas no se
transportarán hacia la otra masa sino hacia el campo central que resulta de la
superposición, localizado en el centro de masas, con movimiento inercial, y
responsable de la acción central que arrastra hacia sí a las dos masas ligadas.
Esos cambios de posición, o más bien de distancia, se traducen en correcciones
del radio de enlace cuando alcanzan al campo central, pero con retraso. Puesto
que las correcciones del radio de enlace todavía no se han traducido en
correcciones de distancia real, dichas correcciones aún deben propagarse hacia
las posiciones locales de las masas ligadas.
Parece justo pensar en propagaciones de ida y retorno, como
en el apartado anterior, pero no entre las dos masas sino entre cada una de
ellas y el campo central. La distancia recorrida es diferente, y la velocidad
con la que se propagan las correcciones también lo será. Sin embargo, seguirá
siendo equivalente a la velocidad de la luz entre las dos masas aunque sea
mentira.
Para justificarlo tenemos que volver a recordar lo que se
planteó sobre cómo se propagan los fotones, pues no sería otra cosa que un
campo que se expande hasta un radio de superposición o enlace con otro campo
receptor, en el que colapsa. Es evidente que no medimos de forma directa la
velocidad de la luz, la medimos en función del tiempo que tarda en ser
detectada pero no sabemos de qué forma llega a su destino. Es el retardo lo que
importa, y no la velocidad ni la distancia recorrida. Sean lo que sean las
correcciones que se propagan, si lo hacen de la misma forma que se propaga la
luz, entonces el tiempo invertido será el mismo, y es aceptable suponer que la
propagación es entre las dos masas a la velocidad de la luz, aunque sea
mentira.
Puesto que la gravedad es una acción central también debe de
serlo la aceleración, de forma que si la proyectamos en las direcciones radial
y tangencial como se puede ver a continuación, el término que resulta en
proyección tangencial debe ser cero, es decir, la aceleración tangencial.
Haciendo la aceleración tangencial igual a cero llegamos a
la ecuación 23, que es equivalente a la segunda ley de Kepler, la que nos dice
que el radio vector recorre áreas iguales en tiempos iguales o que la velocidad
areolar es constante. Al mismo resultado se hubiera llegado sabiendo que se
conserva el momento angular. Sustituyendo la velocidad angular de la ecuación
23 en la expresión de la aceleración radial y multiplicando el resultado por la
masa m, obtenemos la fuerza central como indica la ecuación 24.
Si conocemos la fuerza central, las ecuaciones 23 y 24 nos
permiten obtener la distancia y el ángulo (posición en coordenadas polares) en
función del tiempo, o bien eliminar el tiempo y expresar la distancia en
función del ángulo.
Las fuerzas centrales se derivan de un potencial, es decir,
F(r) = -dV(r)/dr. Si dicho potencial no depende del tiempo (sin retardo de
transporte entre otras posibilidades) entonces el campo es conservativo y la
energía total (cinética y potencial) es constante. Por lo tanto, podemos
plantear dicha energía para cualquier punto o instante de una trayectoria y su
valor debe ser el mismo para cualquier otro punto o instante, luego si medimos algunos
parámetros en un movimiento orbital y los llevarlos a la ecuación de la energía
podemos deducir la ecuación del movimiento, sin preocuparnos por el instante o
la posición.
Por lo tanto, si se conoce la expresión de la energía y
tenemos en cuenta la ecuación 23, podemos obtener igualmente la ecuación de la
trayectoria pero de forma más fácil. No lo vamos a desarrollar porque a este paso terminaríamos escribiendo
un libro de física, simplemente veremos algunas conclusiones:
Así son los tres tipos de trayectoria que puede seguir un
cuerpo respecto de otro situado en uno de los focos. Si buscamos la trayectoria
respecto del centro de masa sirven las mismas ecuaciones pero suponiendo una
masa central reducida de valor M3/ (M+m)2. Como vemos, el
parámetro p está relacionado con la geometría de la trayectoria pero también
con magnitudes dinámicas, apareciendo como resultado del proceso para deducir
la ecuación de la trayectoria.
La energía total (E) es la suma de las energías cinética y
potencial, siendo cero en el caso de la parábola, negativa en el caso de la
elipse y positiva en la hipérbola. Esto se debe a que se consideró el origen de
potenciales para r = infinito, pero no es el signo lo que importa sino la
constancia de la energía. Según el criterio de un origen del potencial en el
infinito, la energía potencial es negativa, es decir, su valor absoluto se debe
restar a la energía cinética para obtener la energía total. En consecuencia con
estas aclaraciones, todo cuerpo con energía total negativa queda atrapado en
una trayectoria elíptica porque no tiene suficiente energía cinética. Si la
energía es cero, su velocidad será la de escape, la justa para seguir una
trayectoria parabólica y alejarse con velocidad decreciente hasta el infinito,
donde la velocidad se anularía. Por último, con energía positiva el cuerpo se
acerca por una de las asíntotas de una hipérbola y se marcha por otra, con
suficiente energía cinética como para no detenerse nunca.
Podemos ver que la distancia r es la única variable de la
que depende la velocidad en el caso de la parábola, que se corresponde con la
velocidad de escape. Por lo tanto, si conocemos la distancia y la velocidad en
cualquier instante, inmediatamente sabemos que el cuerpo quedará atrapado si la
velocidad es menor que la de escape, en cuyo caso describirá una elipse y
podemos jugar con las ecuaciones correspondientes para definir completamente la
trayectoria.
Más adelante necesitaremos ese recurso para comparar en qué
grado se desvían determinadas trayectorias con retardo de transporte, las
cuales serán objeto de estudio en relación con la estabilidad orbital y el
avance del perihelio.
Otra conclusión muy importante del cuadro anterior es que se
ha obtenido la energía dependiendo solamente de la variable “a”, que es el
semieje mayor de la elipse. Eso significa que todas las órbitas que tengan
igual valor como eje mayor, también tendrán la misma energía aunque las
excentricidades no sean iguales. Por lo tanto, si realmente existe algo que
estabiliza las órbitas, reduciendo su excentricidad pero conservando su energía,
entonces la órbita final debería ser un círculo de radio “a”. De no ser así,
quedaría demostrado que el modelo a prueba no sería conservativo o bien que
realmente la gravedad no sería un campo conservativo. Pero eso no sería ninguna
sorpresa si debemos entender que la gravedad se propaga con retraso, porque
cualquier potencial dependería del tiempo. Debe existir una pérdida de energía
que solo puede estar causada por un medio, tal vez el espacio-tiempo o tal vez
la materia misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario